
Durante años, soñé con vivir cerca a la nieve, a pesar de vivir en una región donde no hace mucho calor, de hecho a Bogotá le dicen la neverita o “la ciudad del eterno Otoño”, pero mi corazón, desde que era muy pequeña, me susurraba que debía estar, es un sitio aún más frío. En Colombia, en medio de la pandemia, concretar ese deseo era complicado, pero no recuerdo cómo, de repente, llegó la noticia de una excursión a un Volcán nevado muy conocido de mi país, un nevado que está al borde de desaparecer debido a los cambios climáticos.
Sin pensarlo mucho, compré un boleto a Manizales, Colombia, y organicé hotel y demás. No estaba acostumbrada a volar y, si me marea en carro, en avión parecía que estaba montando en una montaña rusa. Resulta que en Manizales, Colombia, hay vientos fuertes que impidieron que el avión aterrizara, sobrevolando la ciudad durante unos 40 minutos. Fue cómico y aterrador a la vez, con bajadas que parecían definitivas y luego subidas repentinas. Algunas personas se asustaron, y más aún por la fuerte turbulencia. En ese momento, empecé a experimentar algo curioso.
El avión con turbulencia, una luz roja insistente, la señora de al lado diciendo que algo no estaba bien; todo era una montaña rusa emocional. Sentía una fuerte presión en el pecho, una mezcla de miedo, angustia y ansias de control. En ese momento, recordé que decidí iba a ser un buen viaje y que el único control que tenía era sobre mis pensamientos. Respiré profundo, me repetí mentalmente que estaba bien, relajé los músculos y me puse el antifaz cómo diciendole a mi cerebro tranquí vamos a dormir y adivina…. Funcionó, aunque bajé con el estomago refutando la idea que todo estaba bien.
Aterrizamos finalmente, sin cambiar las condiciones meteorológicas de la zona, sin embargo mi neblina mental sí cambió. Me tranquilicé y pensé: “Bah, pase lo que pase, aquí no tengo control de nada más que de mí misma”. Solté el control y confié. Aunque llegué algo mareada y con ganas de no hacer nada, igual el aeropuerto es pequeño y no hay mcuho que hacer, tomé un taxi y después de un montón de curvas (para completar mi mareo), llegué finalmente al hotel, ubicado entre calles empinadas y hermosas.
El dueño de la casa y sus padres me recibieron, me ofrecieron un delicioso café, aunque yo no tomo cafe vi esa amable persona seleccionar los granos para moler el café y prepararlo especialmente para mí. Fue embarazoso decirle que no entonces con un café hiperestimulante con un seguido mareo de dormir la verdad poco y más que me recogían a las 3:00 am.
Finalmente, llegamos al punto del blog, lo siento, pero me encantan los detalles. Esperé con ansias este momento, a las 2 a.m., con una emoción increíble y con solo una hora de dormir me desperté tranquila y feliz, sabía que debía prepararme para el día.
En los mensajes de preparación, me advirtieron sobre el terrible frío, así que me puse tres capas de ropa (que al final no usaría con frecuencia, ya te contaré por qué). Y es que, descubrí que el frío es algo que se puede trabajar en la mente. Vinieron a recogerme faltando 10 minutos a las 3:00 y subí a una camioneta con unos hermanos muy amables. Yo era la primera en ser recogida, y fuimos a un punto donde cambiamos a una camioneta más grande, donde se encontraba una familia numerosa. Eran los padres, tres hijos y dos de sus parejas. Fue una experiencia bastante agradable, y mientras recorríamos una carretera por la montaña, claramente sin pavimentar, comenzó otra mini montaña rusa, pero agradable. Me sentía más segura que en el avión, aunque también aquí estábamos rodeados de abismos.
Entre charlas y risas, estuvimos en esa ruta unas tres horas y llegamos a desayunar. Continuamos por una carretera aún más destapada y, aproximadamente una hora después, llegamos al Parque de los Nevados. A partir de allí, ya no podíamos subir en carro, y comenzó la caminata mientras amanecía.
Sabía que no podía pretender correr. Tenía algo de miedo de quedarme atrás o de no estar lo suficientemente preparada para la caminata y para el frio, pero decidí aclimatarme hasta donde pudiera. Nos juntamos con tres o cuatro grupos, éramos muchos subiendo, y algo que he aprendido cuando voy a caminar es tenerle respeto a la montaña y pedirle permiso. Te cuento mi ritual: Me agaché, toqué la tierra con mis manos y le pedí a la montaña que me permitiera llegar bien agradeciéndole por su presencia.
Comenzamos suavemente, con muchas otras personas. Noté un contraste: algunas estaban subiendo mientras bebían cosas no my sanas y fumaban (si fumando), aparentemente ignorando el respeto que la montaña merece. Esas mismas personas las vi devolverse a las pocas horas por no aguantar. Comprendí que la naturaleza no es un juego; vi personas en mal estado.
Llamaron a paramédicos,o creo que eso eran y yo, mientras tanto, ¡fresca! Claro, estaba cansada; subir una montaña empinada no es fácil, pero yo iba fresca, suave pero segura. Al final, me separé del grupo, casi de manera intencional, quedándome sola durante un tramo de unas dos horas porque los guías tuvieron que detenerse en tres partes por las personas que mencioné. Me preguntaron si quería esperar o seguir, y decidí seguir.
Uno de los guías llamó por walkie-talkie para que otro grupo más adelantado me esperara, pero llevaban mucha ventaja. Les dije que caminaría hasta encontrarlos, y uno de los guías me dijo que disminuiría el paso. Los celulares allá no funcionan, así que toca caminar tranquila pero enfocada y confiando en el camino. Vi cosas preciosas pajaros, arboles, naturaleza casí indescriptible talvez por eso hay personas que lo hacen con tanta frecuencía realmente lo que ves es maravilloso, pero bueno después de tantas horas caminando ya solo observaba y me delitaba con el camino ya no hablaba mucho con los que me encontraba solo sonreía y seguía caminando, entendí que si me detenia era peor
Adicional al ir sola en ese trayecto, sentía la necesidad de controlar la fatiga y el frío así que comencé a realizar una técnica: en lugar de enfocarme en mis pasos, me concentré en mi respiración, especialmente en los momentos más empinados que requerían mucha energía. Cuando me centraba en la respiración profunda, todo mejoraba. Me alegré mucho de haber estado meditando durante los últimos años especialmente en los últimos meses. Esas respiraciones profundas y conscientes hicieron que el cansancio disminuyera un poco en el ascenso.
Dos horas después, cuando encontré al grupo, descansé durante 5 minutos y ahí sí sentí la altura. Pero volví a aplicar la misma técnica y me dije: “Bueno, toca no parar hasta llegar, porque sé que cuando me detengo, se siente más fuerte”. Hubo un momento en que tuve que hacerlo. Los paisajes eran tan hermosos e indescriptibles que la cámara no les hacía justicia. Fue mágico empezar a ver el borde glacial, y cuando subí una pendiente, vi a lo lejos la cima llena de nieve. Fue inevitable detenerme, agradecer y dejar que la alegría me inundara. Seguí, y a pesar de verla cerca, tuve que caminar aproximadamente una hora y media más para llegar a la tan anhelada nieve.
Llegué finalmente, y aún recuerdo ese momento como uno de los más felices de mi vida. Sentí tanta plenitud que desapareció todo el cansancio y el frío. Me quité la tercera y segunda capa, incluso me quedé solo con una camiseta. Quería que toda mi piel sintiera esa sensación. Me senté en el glaciar y lo disfruté muchisimo (me sentía una niña pequeña volviendo a casa), pero aún faltaba un poco más. Con crampones y una cordada, comenzamos, iba con uno de los guías, y la verdad es que sentía que iban rápido. Pero aquí era cuestión de controlar la mente.
No puedo negar que la alegría de estar allí me invadía tanto que, si bien podía aguantar más, me tocó ponerme las otras capas por indicación. En medio de todo, mi felicidad le ganaba al cansancio absurdo provocado por el peso de la ropa y una caminata en montaña tan larga. Después de no detenernos, llegamos a uno de los momentos más plenos que he tenido: la cima de un nevado majestuoso. Según el guía, el clima nos ayudó ese día, y vi y sentí la nieve caer durante unos minutos. Fue hermoso, y todo valió la pena, incluso sin señal y sin batería. Con las imágenes más hermosas en mi mente y en la cámara del guía, comenzamos el descenso, que fue sencillo o al menos así lo sentí hasta que, a 1 km antes de llegar a la camioneta, comenzó a llover muchísimo.
¡Ay, por Dios! Sí que me caí, pero recuerdo que me sentía como una niña feliz sin miedo a ensuciarme o reime. Me dejaba caer y, después de un rato, comencé a disfrutar. Cabe aclarar que no era la única; al ser ya el camino más caminado, muchas rutas estaban lisas, así que te podías resbalar muy facíl. En ese tramo, una de las hermanas del principio que finalmente encontré ya descendiendo me contó por qué toda su familia se volvió guía y lo mucho que aman esa montaña. Fueron conversaciones profundas, y juntas llegamos a esas conclusiones: trabajando la mente, todo se puede. Yo, una novata poco preparada, llegué y disfruté muchísimo.
Al final, llegamos a la camioneta mojados y cansados a niveles absurdos, y aún faltaba el camino de la camioneta por otros abismos que nos esperaban. Vuelvo y reitero, a veces no queda nada más que confiar. Por la lluvia, en un tramo, la camioneta se fue hacia un lado. No sé cómo, pero el conductor maniobró tan bien que aquí estoy contándolo. Puede que todo suene hermoso porque así fue mi experiencia, pero en estos sitios hay que ir con mucho respeto y autocuidado.
Concluimos con un chocolate tibio en el lugar donde habíamos desayunado. ¡Dios, qué bien me supo! Creo que ha sido el chocolate caliente más rico de mi historia. Después de mucha comida, seguimos de regreso al hotel, donde me esperaban a pesar de ser las 2 a.m., con un té y galletitas (gracias, Dios, por colocar siempre personas tan lindas en mi camino). Llegué, dormí, me preparé para trabajar al día siguiente y disfrutar un rato de Manizales. ¡Como amé esta experiencia y adicional compartirlo!
Con cariño,
Ju








